Colchagua, por Fernando Pérez de Arce B.

En el diario La Región de San Fernando, de 1 de septiembre de 1973, figura este texto firmado por Fernando Pérez de Arce B., donde describe a la provincia de Colchagua. Aquí lo transcribimos.

COLCHAGUA

Por antonomasia es esta la provincia más huasa de Chile. La que ostenta maravillosas tradiciones de una huasería arraigada en la cepa de sus hijos, en las costumbres del agro, y en el uso de sus prerrogativas indígenas, su artesanía y su gallarda posesión hereditaria hispano-americana.

El ancestro de sus terrícolas se remonta al incanato, como su renombre histórico lo indica al castellanizarse: tierra de los hombres renacuajos – colc-chas; Tagua-Tagua – tierra de pellejos – por la un día célebre laguna, disecada hacia los campos de Los Rastrojos y El Huique, sobre el Tinguiririca.

En el fenecido imperio inca a la llegada de los conquistadores de España, esta región del confín de la cordillera andina se denominaba El Chilli suyo – tierra de los hombres zorros – chillas, por su agilidad en los desplazamientos nativos. Es así como cada zona entre ríos y ríos se llamó según sus características aborígenes.

He aquí, pues, el por qué de la riqueza y pujanza de todo nuestro folklore, si es que se desea conocer y dotar a cada palabra de su real significado.

En Colchagua se dio el caso de la fusión de dos razas, por lo mismo de las dilatadas encomiendas cedidas a los guerreros rubios y blancos de ultramar, y el engarzamiento a la Corona de los fornidos y morenos colchagüinos durante el Reyno de Chile, que tenía su razón de ser al cobijarles como criollos. Las leyendas rústicas, primitivas y las supersticiones inherentes a este ayuntamiento del soldado y la india, dio por resultado los apellidos familiares de los chilenos.

El roto es producto de la tierra. El huaso lo es de la selección y refinamiento de nuestra cultura. La estampa de uno se esfumó en el tiempo. EL otro se estilizó con su atuendo a lo huaso. Y la china que fuera su mejor «prienda», amor de su vida, se europizó a la moda de su era, vistiendo ropajes fuera del folklore chileno, que es el alma de nuestra clase media.